Acercamientos a la obra poética de Julio Barco: Sobre tres de sus poemarios

 Acercamientos a la obra poética de Julio Barco: Sobre tres de sus poemarios 

Escribir sobre Julio Barco, el poeta limeño creador de Lenguaje Perú (aquella web de poesía que tiene colaboraciones de noveles escritores como consagrados), es versar sobre la potente oralidad de la poesía, de exigir formas más expresivas de lo poéticamente convencional, de acercarnos al pie del precipicio o las orillas, y escuchar la sinfonía de la urbe y las calles, el coro de los ditirambos citadinos más populosos y el clamor delirante de las avenidas limeñas más transitadas.

Acercamientos a la obra poética de Julio Barco: Sobre tres de sus poemarios

Es decir, de restañar la herida como se funde el hierro y el fuego, de escindir la intelectualidad artística a través de forjar la palabra, de mimetizar con energía la pasión de un poeta, de desdoblar la alteridad con la atmósfera grisácea, dura e hipocondríaca de Lima; o de rendir culto a Enrique Verástegui, Domingo de Ramos, Roger Santiváñez o Carlos Oliva, quien, como este último gran poeta del Grupo Neón, confía que la urbe es un catalizador de angustias, pasiones, desesperaciones, o desencuentros, como una jungla de cemento bestial, entre la barbarie y la civilización.

La entrega de Julio Barco, Copiar, cortar, pegar, cargar (Seshat Editorial, 2020), resalta, ya desde el título, la propuesta posmodernista de vincular el arte con las nuevas tecnologías de nuestro tiempo; sin embargo, como buen poeta de gran sensibilidad, centra su cosmovisión temática en la preocupación metafísica ante lo inexorable de la muerte, aquel destino del que nadie escapa y hacia donde todos nos dirigimos, a veces lentamente o a ratos precipitadamente.

Organizados con títulos de advertencia ante la descarga decreciente de la batería de nuestro aparato móvil, desde el primer poema “(CARGA ESTE DISPOSITIVO/ QUEDA 77% DE BATERÍA)” hasta la batería muerta, existe la sensación de que el poeta busca la rebelión, el fuego y la vida; pero que no puede hacer nada contra el desgaste, la extinción lenta y la latente amenaza del destino ineluctable.

Podría catalogarse este poemario como existencial o metafísico por la principal preocupación que plantea, pero enfocado desde el punto de vista de la crisis, la angustia o la pesadilla, donde el hablante lírico expresa en aquel primer poema: “Todo es pesadilla después del/ poema, pesadilla y sueño, rapidez/ El poema solo se hace en el poema/ Y tensión, / Valor”. O también canta: “Este poema conduce a otra noche/ que es igualmente la misma sinceridad/ ininteligible durante años// La misma rosa de la frustración posible”.

Además, la mayoría de los poemas poseen versos donde implícita o explícitamente la presencia amorosa es inevitable, como una especie de Eros enfrentándose al tiempo, la destrucción o la monotonía de la vida corriente y moliente. Por ejemplo, en el poema que refiere al 45% de batería se destacan estos versos: “Hay algo que amamos en lo que se destruye/ Muero y vivo en ti/ ¿Qué haré sin tu sonrisa a mi lado? / El corazón brota y es fuego”.

Aquel enfrentamiento entre aquellas dos fuerzas se contextualiza bien con la mención de los diversos rostros de la ciudad: “Oh Ciudad no sabes cuánto te amo/ cuánto odio tus calles/ cuando detesto mi cuerpo atado”. De este amor-odio, se puede intuir que el poeta sufre una condena que le gusta y le satisface, pese a las contrariedades y lo negativo que también existen.

Aunque antes de terminar de leer este libro pensé que Julio Barco desarrollaría al máximo la resignificación, adaptación o acaso parafraseo de versos de grandes poetas que él ha leído y estudiado con admiración (del que creo es un procedimiento válido en la poesía, que es lo “infinito que no cesa de escribirse”, como decía Michel Foucault), una vez culminada la lectura me produjo la sensación de que este poemario tiene más parentesco con su primera entrega, Me da pena que la gente crezca (2012) que con Arder (2019) o Arquitectura vastísima (2019).

Lo primero que resalta de Arder. Gramática de los dientes de león (Editorial Higuerilla, 2019), o al menos para mí como lector y cultor de la poesía, casi al sumergirnos al inicio de esta interesante entrega, son las cinco páginas llenas de epígrafes de autores ya consagrados (como Friedrich Nietzsche, César Vallejo, Quevedo, Góngora y Argote, Von Schiller, Baudelaire, Pessoa, Rubén Darío y, tal vez sí existió, Homero) y otros autores en camino de hacerlo, pero que también son grandes maestros del género literario más universal.

Sobre aquella gran cantidad de citas literarias, el poeta Julio Barco ha entendido bien que, pese a la propuesta no convencional y acaso experimental de su obra poética, el escritor sobre todo debe aprender a respetar la tradición y el canon literario, y, luego de degustarlo y aplastarlo, acariciarlo y golpearlo, soñarlo y destruirlo, amarlo y odiarlo, recién volcar con la experiencia y la sabiduría, las heridas y el sudor, las lecturas y la expresión exacta (tal vez), aquello que nos obsesiona, nos atemoriza, nos hiere o nos apasiona como escritores y seres humanos.

Quien lea los poemas de esta interesante propuesta, podrá sumergirse en el “Kipu gramático (estrellas-colores-flores)”, donde la voz lírica mezcla el verso libre y el verso en prosa. He ahí esta confesión: “En Lima dejaré / un amor / De cabellos / brillantes / (más un vasito de plástico / en un teléfono público)”. O, más adelante: “Un futuro desosegado / Dos noches / Inundados de alcohol / Tres peleas / Y algunas heridas”. En efecto, aparte del verso libre, en Arder se practica el verso en prosa, también de manera furiosa y galopante.

Julio Barco, en su paso por Huamanga y por Huanta el 2021, me obsequió un ejemplar de Semillas cósmicas (Mención Honrosa del XI Concurso Poeta Joven del Perú del 2020), una obra donde, creo yo, se define y moldea mejor su Ars Poética, tal vez con mayor originalidad y voz lírica propia que en sus entregas anteriores.

Si en aquellas obras se expresaba y rendía tributo con la mímesis o imitación de sus modelos poéticos (dígase Hora Zero, Kloaka, Neón, etcétera), explorando la ciudad urbana a través de una voz psicosomática o esquizoide, sus bordes y descentramientos, sus periferias y sus formas urbanísticas, en Semillas cósmicas encontramos un canto propio, sincero y honesto con sus ideales y su forma de entender la poesía.

“Todo lenguaje es simiente / Toda simiente es poesía / El poeta es madre de la luz”, afirman los versos finales del primer poema del libro. Y, como una advertencia o unas palabras liminares, el hablante lírico de los poemas desarrollará en su canto la idea central de que las palabras, el verbo y el lenguaje son fecundos, son vida, son la razón principal de la existencia humana.

“Yo no soy el bosque. Yo soy apenas un hombre lleno de hombres. Un cuerpo lleno de señales y sentidos. Abierto un instante a la vida: con cerebro y profundidad de ideas”, rezan los versos en prosa de la composición “Volcán de Agosto (balada de las semillas)”, donde metaforiza al ser humano como un ser “lleno de señales y sentidos”; es decir, como un cuerpo construido de lenguaje, de verbo y de significación.

“Y tu fuego será una semilla en una hoja. / Y la semilla multiplicará su sentido. / Resplandor, epígrafes, nubes: / me alejo por siempre de las bibliotecas”, se destacan en el poema “Me inquietan los caminos que toma la gloria”, donde de forma versista se conjuga la metáfora de la fecundidad de la cultura letrada, libresca y bibliográfica. Es decir, de la fertilidad de la hoja escrita, que, como enseñan los maestros, imita o supera a la vida.

“El alma viaja en la simiente, el ser en el lenguaje, y este lenguaje es pulido material del sueño”, se escribe en el poema “(El sueño y las semillas)”, que, como una fenomenología del espíritu, relaciona al lenguaje como la casa del espíritu y del ser. “La poesía es una semilla que repercute en el cuerpo (…): fecunda tu idioma y canta”, también afirma el hablante lírico del poema “(El destino de la semilla)”. En ese sentido, se puede afirmar que una de las grandes preocupaciones de la poesía de Julio Barco es profundizar sobre los límites y excesos del lenguaje.

Fuente: Diario Expresión 


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