A favor y en contra

 A favor y en contra | Impresiones de la Feria Internacional del Libro de Lima 2022

Por: Gabriel Ruiz Ortega | La actual edición de la FIL, condenada al fracaso económico desde antes de realizarse, es legítima porque se realiza cuando el sentido común sugería esperar tiempos mejores.

Como se anunció en CARETAS y por lo que se viene observando en el desarrollo de la presente Feria Internacional del Libro de Lima (FIL), el auténtico protagonista de esta edición libresca es el público que ha regresado al evento tras dos años de ausencia.



Las ofertas editoriales y las actividades culturales (presentaciones, charlas, talleres y conferencias) están a la orden del día y aunque esta FIL no tenga las luces de los años prepandémicos, ha sabido defenderse en cuanto a su orden y logística (disposición de los stands y servicios decentes para los visitantes). En este punto, la gestión del presidente de la Cámara Peruana del Libro, Willy del Pozo, superó las expectativas.

De las novedades editoriales, subrayemos:

Malambo* (Seix Barral) de Lucía Charún-Illescas, Antología mínima (Pesopluma) de Fernando Pessoa en traducción de Óscar Limache, Quiénes somos ahora (Literatura Random House) de Katya Adaui, Lima la sublime (UNI) de Patricia Ciriani, El libro del desasosiego (Revuelta Editores, RE) de Fernando Pessoa a cargo de Jerónimo Pizarro, El descuartizador del hotel Comercio (Planeta) de Luis Jochamowitz, El burrito que no quería ser presidente (Zafiro) de Alfonso Bocanegra, la monumental biografía Ribeyro, una vida (RE) de Jorge Coaguila, Homo Politicus (Crítica) de Carmen Mc Evoy, Volver a Shangri-La (Alianza Editorial) de Jorge Eduardo Benavides, Poesía completa (Lumen) de Antonio Cisneros, Invertebrados (Mitin) de Cristián Faúndes, Artilugios (Hipatia) de Mariangela Ugarelli, Velasco (Achawata) de Héctor Béjar, Parte de Guerra (Planeta) de Marco Zileri, Mariposas y murciélagos (Tusquets) de Julio Villanueva Chang, Yo vengo a ofrecer mi corazón (Plaza & Janés) de Susana Baca, Un reloj derramado en el desierto (Peisa) de Alejandro Susti, De nada que sirve que prendas la luz (Colmillo Blanco) de Rodrigo Salazar, la reedición de Estación final (Tusquets) y la novela El último en la torre (Planeta) de Hugo Coya, El inca Garcilaso y la Emancipación (Universidad Champagnat) y El microrrelato peruano. Antología general (Copé) de Ricardo González Vigil, Independencia del Perú: la historia detrás de la historia (Fondo Editorial del Congreso, FEC) de Jaime Taype Castillo, Los conchudos* (Planeta) de Sofocleto, Treinta kilómetros a la medianoche (Alfaguara) de Gustavo Rodríguez, Lima. Las calles de la ciudad de los reyes (FEC) de Juan Guillermo Lohmann, Las garras sobre la Amazonía (RE) de José W. Legaspi, la edición definitiva de País de Jauja (Alfaguara) de Edgardo Rivera Martínez, el libro homenaje a Juan Javier Salazar: Paraguas existencial (Lunwerk) y todas las publicaciones sobre la poesía (Trilce, en especial) de César Vallejo.

Esto en cuanto a la parrilla editorial peruana, o lo que la memoria permite tener presente porque lo cierto es que se pudo incluir una decena más de títulos, además varios de ellos aparecieron meses antes de la feria. Sobre la oferta extranjera, cada lector tiene sus preferencias y la recomendación es la misma: sumergirse a gusto, “huaquear” sin sentimiento de culpa, que extraordinarios títulos se pueden encontrar en medio del trance que significa la revisión de libros.

Una mención para el pabellón de Portugal, el país invitado de la feria. No tiene las magnitudes de espacio de los anteriores países invitados, pero en su modestia proyecta buen gusto que yace en una bibliografía selecta a disposición de quienes ingresan a sus actividades. Su encargado, el escritor Luis Novais, quien presentó su novela Los parricidas (Peisa), ha elaborado un atractivo programa de actividades que arroja un resultado evidente: el favor del público.

A excepción de los días top (fines de semana y 28 y 29 de julio), no se ve “procesión” y no tiene que haberla de acuerdo a lo estipulado por el aforo. Si bien el público es la estrella de la FIL, también es necesario precisar que se trata de un público fragmentado. Un público lector que encontró su propia comunidad —gustos comunes— durante las largas restricciones causadas por la pandemia, lo cual se corrobora en la mayoría de las presentaciones, en las que se percibe el genuino interés por el tópico del libro más allá de si la sala está llena o con 15 personas. Es decir, no se registran paracaidistas. Tampoco oleadas por determinado autor.

Extraña que no se desarrolle —la FIL es el contexto idóneo— como se deba la logística para definir la Ley del Libro —la existente, Ley 31053, es un bálsamo que caduca el próximo año: desaparecerá la exoneración del IGV—, aunque lo cierto es que no debería extrañar: ni los representantes del Ministerio de Cultura ni los del sector privado quieren comprarse el pleito político. Tiemblan ante los tecnócratas del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) porque no convocan a los que saben de la dinámica del libro, a aquellos que hacen industria librera día a día y más en estas difíciles circunstancias. No llaman a los que saben, los cuales tienen los argumentos para convencer a los del MEF, que ven la Ley del Libro como un capricho idealista y no como un foco de desarrollo técnicamente sustentado. A la tembladera de los que “saben”, sumemos la soberbia (y aquí la dejo). Que no pase lo del 2020, que celebraron la Ley del Libro firmada por el expresidente Martín Vizcarra como si fuera una huacha de César Cueto cuando lo cierto fue que se cumplió el objetivo de los tecnócratas del MEF. La industria del libro en Perú, para desarrollarse, necesita una ley permanente y completa.

Para terror de los puristas, se debe resaltar una verdad: no solo la literatura infantil y juvenil saca cara por el lado comercial, también la no ficción y específicamente la literatura de autoayuda y sus variantes nominales. ¿Qué sería de las ediciones de la FIL —y la industria editorial peruana en general— sin el soporte económico de los libros de autoayuda? Cuando veo a autores denostar de este tipo de publicaciones, con la yapita de desprecio hacia los que las consumen, pienso en lo perdidos que están porque gracias a la liquidez que brindan estos libros “felices” y “positivos” las editoriales publican a autores consagrados, con proyección y novísimos.

En Perú cuenta con diez autores que sí pueden decir que dependen de sus lectores. Los demás: o con su propio peculio o con el presupuesto de sus casas editoriales. ¿De dónde sale la plata para las publicaciones serias? Fácil: de la autoayuda.

Por eso, los autores no solo tienen que cultivar la calma por la bendita reseña que aún no sale, sino también la humildad —petición imposible, pero que se lanza igual— ante la posible llegada del reconocimiento (propósito legítimo) o el fracaso que se festeja (así andamos): acabar en los remates de Crisol. Como bien se registró en la segunda temporada de la serie The Affair: los lectores deciden si el libro queda o no, pero lo que vende un libro en tiempo real —apunten— “es la personalidad del autor”. Ojo: en esta escena se habla con veneración de Michiko Kakutani entre un autor emergente en la onda de Jonathan Franzen y una editora/agente a lo Anna Wintour y Carmen Balcells. Ahí, pues, el dato.

La FIL de la Cámara Peruana del Libro (CPL) no es el templo dedicado a la lectura, sino un lugar en que se compra y vende libros, principalmente. Eso. Están las empresas editoras que deben participar —no vamos a negar la extrañeza que suscita la ausencia del ineludible stand de Penguin Random House (PRH) en esta FIL, sin embargo, sus novedades están distribuidas en casi todos los stands; PRH es uno de los grupos editoriales más poderosos del país y lo ideal hubiese sido que el regreso a la FIL sea con sus asociados más representativos y de lejos PRH es uno de ellos— y entre estas arman su logística y para esta ocasión arriesgaron sabiendo que iban a la pérdida, pero de eso trata: estar presente en tiempos de crisis, proyectar el mensaje de resistencia de un sector que se debe a su público, que asiste a la FIL sin importar que su capacidad adquisitiva esté mermada gracias a la maravillosa gestión de Pedro Castillo. El público compra libros, pero no como antes de la pandemia y la actual pesadilla económica genera la disyuntiva en él: ¿compro lo que quiero comprar o lo que puedo pagar? En este sentido, aquel que diga que la rompió en ventas en la FIL, simplemente miente. Por esta razón, la actual edición de la FIL, condenada al fracaso económico desde antes de realizarse, es legítima porque se realiza cuando el sentido común sugería esperar tiempos mejores. Puede o no gustar la actual gestión de la CPL y seguramente existen graves cuestionamientos sobre algunos de sus asociados, pero no mezquinemos lo evidente: la FIL regresó con dignidad.

La FIL no es el espacio para juzgar la preferencia de los lectores. La FIL es un punto de encuentro y a la vez de divertimento. Llámase —disculpen la cursilería— una fiesta cultural. Y solo triunfan en la FIL los que le ponen onda. Hay que ponerle onda porque la FIL, estar en la FIL (por Zoom también), es una adicción: toda persona relacionada de alguna manera con el mundo del libro anhela caminar por la FIL, incluso transitan por ella los que pecaron al jurar en vano no pisarla.

Esa es la verdadera experiencia FIL. Lo demás es verso.

Fuente: Caretas



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