María Fernanda Ampuero: “Todos llevamos monstruos por dentro”

 María Fernanda Ampuero: “Todos llevamos monstruos por dentro”

La escritora y periodista ecuatoriana, invitada a la Feria Internacional del Libro de Lima, presentó el libro de cuentos Sacrificios humanos.

La violencia es cotidiana y se disfraza de muchas formas. Se enmascara de amor y felicidad y resulta que es feminicidio. Ser bella, guapa, esbelta, de pronto es un requisito machista. La fuerza del adulto es la ventaja para el abuso contra niños y niñas. Asimismo, la soledad del migrante también es una forma de violencia. Nadie está libre, la violencia, a veces sorda, habita entre nosotros. La escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) ha recogido esos temas en su libro Sacrificios humanos (Ed. Páginas de espuma) y que presentó en la FIL Lima 2022. El libro, que reúne doce cuentos, expone nuestras maldades y nuestro horror cotidiano.

María Fernanda Ampuero


“Es la forma de cómo las personas podemos hacer daño a las demás sin la necesidad de demonios ni vampiros sino con los monstruos que todos llevamos dentro”, sostiene María Fernanda Ampuero.

¿Cuánto de experiencia vivida ha volcado en “Biografía, sobre desventuras de una migrante”.

Yo migré hace diecisiete años a Madrid, estuve indocumentada un par de años y de esa sensación, de sentirme vulnerable, de ese miedo, surgió este cuento. Además, viví una historia similar en algunos aspectos, pero otras, por supuesto, están ficcionalizadas. Pero sí, en ese cuento hay mucho de la sensación de miedo, de estar en un país que te rechaza, donde no estás protegida, no tienes a tu familia y tienes que hacer cualquier cosa por sobrevivir.

En “Los creyentes”, cuyos personajes son hombres extranjeros, aparentemente “buenos”, enmascaran intenciones perversas.

Para mí, lo interesante fue recrear estos tipos de personajes, ya que en nuestros países, que son tan racistas, consideramos a los extranjeros como salvadores. Yo he querido darle la vuelta a esa idea, que esas personas significan más bien un poco la neocolonización. Salvadores, no. En realidad, lo que hacen sus sociedades es expoliar todos los recursos de estas zonas del mundo.

¿Simbolizan la intromisión, una cabecera de playa del poder de otro país?

Totalmente. O sea, esa cosa paternalista que tienen los países llamados desarrollados con nosotros, como si fuésemos una especie de niños que hay que proteger, que hay que educar, rescatar de su propia estupidez e ignorancia cuando en realidad todo eso está, a nivel macro. En el fondo, somos la mano de obra y materia prima barata.

En su cuento “Las elegidas” se lee: “somos los que somos y lo que somos es casi siempre brutal”. ¿Es la confrontación con nosotros mismos?

Sí, la imposibilidad de cambiar nuestros destinos, de no desear lo que deseamos, de no ser felices de lo que somos. Anhelamos lo que otros tienen y eso es bastante brutal porque nos destruye, nos hace tener una permanente insatisfacción hasta convertirse violencia brutal. Por un lado, las imposiciones del patriarcado y, por otro, el caso de las mujeres, esa profunda tristeza de que por qué no somos más delgada, más guapa, más joven, más bella. Todo eso es brutal y está dentro de nosotros.

Y todo ello viene a veces en forma de bullying, como se da en el citado cuento.

Así es, el bullying y esa forma que tiene el mundo de dividirnos entre unos y otros, de guapos y feos, de blancos y negros, triunfadores y perdedores. Esa forma tan polarizada de dividirnos hace que todos los que estamos en áreas grises nunca estemos a gustos con lo que somos.

Algunos de tus personajes manifiestan una violencia incubada. En el cuento “La hermanita” se dice, literalmente, “la edad de la violencia es la edad de la infancia”.

Para mí, esa es la obsesión, cómo la infancia es superviolenta, cómo allí se aprende todas la cosas que nos van a determinar cuando seamos grandes. Se aprende cuáles son los valores de una persona y eso te va a marcar para siempre aunque tú hagas lo que hagas, aunque desaprendas y te reinventes, porque eso, lo que viviste en infancia, ya quedó allí.

Otro de tus temas es la violencia intrafamiliar, como los feminicidios.

Sí, puede sonar exagerado, pero yo creo que las mujeres vivimos en un estado de constante violencia. Hay muchos que lo llaman microviolencias, pero a mí no me gusta ponerle micro porque es la misma violencia solo en diferentes grados. Es la misma violencia, desde que tienes que ser guapa, bella, dócil, joven o sumisa hasta que tú no puedes dejar a tu pareja porque tu pareja se siente dueña de ti y termina asesinándote. Se suele decir por qué luce minifalda, qué hacía a esa hora en la calle. Como que se trata de justificar todo el tiempo de que las mujeres buscamos que nos violenten. Pero no, en realidad hay que señalar a esas personas que creen que las vidas y los cuerpos de las mujeres importan menos.

En ese sentido, ¿asume un feminismo activista y literario?

Yo soy activista, las etiquetas que le pongan a mi literatura yo no las controlo. Yo soy activista del feminismo antes de cualquier otra cosa porque creo que es la única opción. Creo que si te interesa el mundo y si estás viendo lo que pasa en el mundo, si tienes los ojos abiertos, la única opción que tienes es ser feminista. Sí, porque todos días, como ahora, mientras estamos hablando, están matando a una mujer por el hecho de serlo. Entonces, ¿le vamos a dar las espaldas diciendo que es así, que todo el mundo es violento? No, esto tiene una raíz muy clara, que es el machismo.

Ha dicho que la lucha feminista es básicamente de las mujeres y que si los hombres quieren sumarse, que se queden en casa cuidando a los niños.

Sí, lo que pasa con el pensamiento machista, es que el hombre piensa que tiene que hacerlo todo y ser protagonista. Para que una mujer pueda ejercer verdaderamente su feminismo, tiene que compartir el cuidado del hogar y de los hijos con su pareja. Y su pareja, en lugar de estar robando protagonismo de una lucha, debería estar haciendo lo que no hace, que es cuidar la casa, los niños, mientras su pareja lucha por sus derechos.

El cuento “Lorena”, que recrea de algún modo el caso de la ecuatoriana Lorena Bobbit, que mutiló el miembro a su pareja. ¿Lo planteas como revancha feminista?

Mira, ese hecho ocurrió, creo, a finales de los 80 o principios de los 90, cuando entonces no teníamos los ojos muy abierto a la violencia contra la mujer. Entonces, se le llamaba “crímenes pasionales”, que era la manera eufemística de decir cuando un hombre mataba a una mujer.

Era romantizado.

Así es, el crimen como resultado de las pasiones o las peleas internas de un matrimonio y que eso no le compete a nadie. Lorena le cortó el miembro a su agresor porque más que marido ese hombre era su torturador. Pero ese hecho fue tomado casi como un chiste. Más que se reconociera como que una mujer dijo “no más, hasta aquí con la violencia”, se consideró una broma todo lo que esa mujer vivió antes de hacer lo que hizo. Esa parte de la historia no se cuenta o se cuenta muy poquito. Durante el tiempo en que estuvo casada, fue sometida a golpizas, violaciones y maltrato psicológico. Esa parte no se contaba. Para mí era importante contar esa historia desde el comienzo, no desde el resultado.

Tu escritura tiene fulgores poéticos. Recuerdo, por ejemplo, “el deseo se convertía en bestia”. ¿Lee mucha poesía?

Yo leo mucha poesía, quise ser poeta, pero no tengo el suficiente talento para serlo. Yo respeto la poesía, es el género más importante, más sagrado. Siento que la poesía me ha dado una felicidad que no me ha dado casi ninguna otro tipo de expresión artística, una forma de ver el mundo también. Siento que la expresión poética del mundo es lo único que lo salva de la fealdad y del horror. Soy lectora de poesía y de hecho, cuando me preguntan con qué poeta me gustaría ser vinculada, siempre respondo con César Vallejo.
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