Los claroscuros de la violencia en Anatomía de las sombras de Alex Ramos

Por Francois Villanueva Paravicino

Por la precisión del lenguaje, el respeto de los poemas a la lógica del poemario, el lirismo de imágenes difusas y directas a ratos que denuncian la violencia política de los ochenta en nuestro país, ciertas composiciones de orden gráfico y semiótico, la mítica cosmovisión andina de las tres partes del libro, aquellas lamentos y desgarros que recuerdan los coros griegos, Anatomía de las sombras (Editorial Apogeo, 2022), de Alex Ramos Arancibia, es una interesante propuesta de la poetización y la lírica que reflexionan sobre aquellos años convulsos que atacaron nuestro país.


Anatomía de las sombras de Alex Ramos

Los poemas del libro están reunidos en tres secciones que fácilmente podrían pasar por un bestiario mitológico andino: “JARJACHA”, “SUPAY” y “LOS CONDENADOS”, que de inmediato nos trasladan a los andes de nuestro país, donde estos demonios o seres míticos son parte de la cosmovisión popular y fabulosa de los ciudadanos. Además, su dimensión semántica alude a la presencia del mal o de la maldición en su metafísica, en su comportamiento y en su esencia, pues todos ellos están configurados como seres en condena, en sufrimiento, en suplicio.

De ahí que en la mayoría de los versos el hablante lírico, camuflados en las voces dolorosas de las madres, los hijos o ciertos espíritus en pena de las víctimas, lance lamentaciones y quejas de morir bajo los efectos de la violencia, como, por ejemplo (y estos son paráfrasis), “aplastados por botas”, “golpeados en el rostro”, “dolores en las entrañas”, “acribillamientos”, “manos cercenadas”, “desangramientos”, “quebradura de la espalda”, “rompedura de la garganta”, entre otras referencias que están engarzadas en los versos para reforzar la idea central del libro: la violencia real que sufrieron los hombres de provincias de nuestro país en la época de los ochenta.

En el poema “I” del apartado “JARJACHA”, que abre con maestría y destreza el libro, el hablante poético sufre: “/pero la neblina cae y los cuerpos yacen en el corralón/ y mi sombra sigue atada / siendo devorada por los cóndores/ festín que ya crepita del subsuelo/ ahora tú sonríes y olvidas/ la quebrada historia de nuestros rezos/ sobre esos nichos que vas pintando/ perpleja lluvia de retama/ con esos lienzos dormidos/ flor solitaria cilíndrica y espinosa/ ramificada ante las rocas ante mi cuerpo”. Estos versos son una gran muestra de lo que nos ofrecerá el poemario: la reflexión sobre la muerte y los restos de la violencia.

En un poema sin título del apartado “SUPAY”, la voz lírica versa en prosa: “Una tarde ha de venir la muerte sí ha de venir pero que me lleve escarbando los suelos que me lleve soltando pala y sacando las miserias de estas paredes porque la lampa es cosa carcomida es cimiento que no adolece de los muertos”. Es clara la referencia a la muerte y al abandono de entonces, y dicha postura se repite con frecuencia en varias de las composiciones poéticas del libro, como una pequeña columna vertebral implícita, subterránea, escondida, que si uno le presta mayor atención se dará cuenta que relumbra en la estructura del libro.

En el poema “VIII” del tercer apartado, “LOS CONDENADOS”, el poeta afirma: “Y si supieras cómo he recorrido el mundo/ si supieras cómo ha dormitado este oficio/ correrías a coser cada paso/ a buscar mis huesos/ y a mitigar la caída de mi cuerpo”. Aquí se escucha acaso el lamento de una víctima que reclama por la memoria del trayecto de su vida y de lo que hizo con ella, con la esperanza de “encontrar sus huesos” y “mitigar la caída de ‘su’ cuerpo”. Y, como vimos, también está presente aquella reflexión tanática, como el corazón de lo claroscuro de la violencia en la entrega más reciente del buen Alex Ramos Arancibia.

Por su parte, la crítica literaria y docente universitaria Helen Garnica Brocos ha afirmado sobre el libro: “Nos sumerge en los caminos de la muerte durante el conflicto armado interno y convoca el bestiario maligno andino, donde la Jarjacha y Supay van recogiendo sus restos y dando cuenta de “las botas” que golpean, revientan e incineran. Junto a estos seres, emergen las madres dolorosas, el clamor de los abandonados y una rabia sorda que se destila a través de sus páginas”.

Además, el catedrático Mauro Mamani Macedo ha señalado lo siguiente sobre este poemario: “Los poemas están empapados de la cosmovisión andina y tienen en la madre su principal destinatario: la confesión lírica, las injusticias, porque desde la ceniza del hueso claman protección de pueblo herido a la madre, a la Pacha Mama. Aquí los huesos-versos tienen brillo de sol, pueden levantarse y, con todas las astillas de su cólera, imprecar a los injustos. Los poemas son un viaje que, por la historia, ardía; es decir, una travesía que es acompañada con voz de Supay”.

Fuente: Diario Expresión 


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