El origen de la nocturne | Un poema de Alejandro Godinez

Del escritor peruano Alejandro Godinez, el poema "El origen de la nocturne" 

El origen de la nocturne | Un poema de Alejandro Godinez

 I

"Noches ausentes de ti"-suspiró Román, antes de observar la espiral en el reflejo de su sombra en medio de su mar infinito. Él sabía perfectamente que no podía seguir friccionando con el dolor, tenía que dejarse llevar y por lo tanto liberarse de los recuerdos. Pero como todo acto de amor que exige mínimamente un sacrificio, él que olvida es el que más sufre, escribió su nombre en su pecho, cerró los ojos y comenzó a hundirse.

Luz de luna llena sobre un sacrificio inerte
pétalos de rosa que se queman al tenerte
brotan sobre mi mano las raíces de tu vientre
conozco el destino de los ojos que no pueden verse
mueren por dentro, suelen quererse
conocieron el refugio del amor hasta perderse
saben que significa quemarse hasta envolverse
Ellos han escrito sus nombres en sus pieles
sin arrepentirse


II
Mientras descendía intentaba recordar el primer beso que se dieron en aquella tarde lluviosa. Sintió que un último beso sería el remedio final, un venenoso beso inerte de despedida mientras las respiraciones se confunden para romper el idilio. Una última pero apasionada presión. De pronto, observó, por efecto de la luz, la sombría imagen de su amada y comenzó a seguirla. Llevaba un vestido oscuro y una flor negra en la cabeza. Conforme se acercaba la luz perdía intensidad, Román gritaba su nombre pero no respondía, se miraban fijamente pero era como si ella no lo reconociera. Él la miraba con anhelo y cuando intentó tocarla se desvaneció. 

Bésame, quítame este pésame
sobre tu lecho vélame,
en el recinto de tu cuore, espérame
el hijo de la pléyade se ha perdido en tu hélade
Perséfone, en tus ojos recuérdame,
s'il te plait
Sobre mis besos pronto sécate
que está lloviendo bajo el árbol de mis frutos,
muérdeme
tu silencio es mi silencio,
en mis sueños revélate
Amor eterno al oscurecer


III

Finalmente Román se hundió en lo profundo de su mar arrastrado por los recuerdos. Se dio cuenta que poco a poco perdía la luz de sus ojos hasta que se quedó ciego. Por un momento se desesperó de la oscuridad total, pero no iba a dejar que el miedo lo consumiera. Intentó tocarse los ojos, y estos habían desaparecido. Comprendió entonces que la ceguera continuaría hasta que aceptara la nocturne y más que querer tenerla, debía sentirla. Mientras seguía descendiendo perdió el sentido de la orientación, fue en ese entonces cuando los recuerdos comenzaron a asediarlo: tardes, besos, lluvia, palabras, fuego, rechazo, silencio y tú. El compás de sus latidos poco a poco comenzaron a acelerarse y de golpe se detuvieron.  

Vacío profundo, miedo inconmensurable
preso en la quimera de poder tocarte
como antes
Te estoy buscando como Dante
viviendo el dolor constante
con mi alma en la cruzada para rescartarte
insurrección en plena tarde cuando cielo arde
llévame, Ades, para curarme los pecados restantes
Cierro los ojos, quiero sentir tu semblante
imagino que nos pasaría si vuelvo a besarte
Aún no regreso del infierno mientras Roma arde
sus latidos serán exigidos por falta de sangre
murió el cobarde, murió el cobarde
hace falta más que tiempo para limpiar el desastre


IV

Poco a poco fue descendiendo sin oponer resistencia. Cuando sintió que tocó suelo supo que se hallaba en el principio de la espiral. Sabía de por sí que el viaje iba a ser largo, tal vez eterno. Así que dudó antes de empezar el recorrido pero era continuar y volver a la ceguera infinita o sacrificarse a pesar de lo que encuentre. Apenas dio el primer paso, una aurora envolvió e iluminó todo el lugar, observó entonces que la espiral tenía exactamente seis vueltas completas, pero más allá no logró divisar nada. Mientras descendía por la espiral, observó un espejo en medio del camino, pero lo ignoró y siguió su camino. Nunca se cuestionó el por qué de ese espejo, hasta que se cayó en cuenta que la espiral era un círculo cerrado, pero sí observaba la espiral sacando la cabeza dicha diagonal para descender existía. ¿Entonces por qué no puedo descender? -se preguntó Román. Llegó al espejo y se observó detenidamente, de pronto apareció viviendo un recuerdo. 

Sé que tus ojos no pueden guiarme en la espiral
Me invaden momentos de cristal, diluvio abismal
abro mi corazón por la puerta de atrás, oscuro manantial
Origen del conflicto, huellas del final
Mientras desciendo me ilumina el espectro boreal
Afuera nuestra luna avanza junto al litoral
tu imagen viene y va, máximo caudal
escucho a lo lejos tu voz, fondo musical
Veneno angelical, de tu labio el recital
la presión del corazón que inicia el ritual
Mi piel uniéndose en tu piel, contacto carnal
después de todo no soy tu escritor, femme fatal



V

Luego del inevitable recuerdo, el más profundo, la sensación de vértigo lo invadió dejándolo desorientado. Román no se dejó vencer, tenía que ser fuerte si quería llegar al final de la espiral. Aunque en su interior renegara sin estupor por la manera inevitable en que su diestra escribiera y escribiera pensando en ella, tenía que tener un espíritu inmarcesible. Cuando logró recuperarse del vértigo decidió seguir caminando, sabiéndose en círculos, continuó siguiendo sus propias huellas hasta que presenció a Perséfone. Tenía la extraña sensación de acercarse cada vez más a ella, y cuando sintió que por fin podría tocarla cayó en cuenta de que solo era una sombra y al intentar abrazarla se desvaneció. Sin darse cuenta, Román había llegado a la mitad del espiral. 

Víctima del vértigo al ver tu sombra en frente de mi sombra
consumido por el frío y el odio que arropa
el maquiavélico amor que ahora no nos nombra
sabe de las confesiones que se ahogaron en tu boca
palabras sordas, promesas rotas
Son sentimientos que no están fluyendo pero desembocan
En el mío mar abierto desembocan
se traducen en coplas o en disparos a quemarropa
No voy ocultar que mi deseo es beber de tu copa
y comprobar si es que mi labio desangra en tu boca
con las mismas gotas te escribiré una nota
que indique que caminé hacia vos con todo tu mundo en contra



VI 

De esa desilusión, de la sombra desvanecida nació un azulejo que inmediatamente hizo un espiral con sus alas y se posó en el hombro de Román, ahí comenzó a entonar una melodía oscura que penetró en sus sentidos e hizo que se desmayara, como si de un somnífero se tratara. Se halló en el prado de sus recuerdos, en el horizonte aún se podía visualizar el césped y el viento acariciaba sus mejillas. Perséfone le tendió la mano, le pidió levantarse y acompañarla hacia el peñasco. Mientras caminaban sobre sus manos se tejía un lazo de sangre que subía por sus brazos y se entrelazan en sus pechos. Los dos se miraron, implícitamente supieron que debían saltar, segundo después ella lo miraba desde arriba. El lazo se rompió. 

A la distancia, una tormenta que escampa
En el epicentro del ego un azulejo me canta
Una melodía grisácea con notas altas
Su eco es conocido en mi garganta
Recito calma, otro recuerdo que me asalta
evito caer en su delirio, en su palma
la sensación de pérdida que se decanta
por dejarme en el inferno de ilusiones que amargan
Aprendí a vivir sin vos, pero me haces falta
la paradoja del amor en tus ojos resalta
Estoy cayendo en el abismo pero vos  no saltas
El único testigo y autor de mi muerte santa
Soy yo 


VII 

Al despertar, Román vio al azulejo alejarse a lo lejos,  aún cantando, junto con Perséfone. La ve desaparecer entre la neblina, hasta que de pronto desde el final del espiral empezó a destellar una luz y todo volvió a iluminarse. Román se dio cuenta entonces que la espiral era en realidad un torbellino de momentos o para ser más preciso uno de recuerdos. Mientras reflexionaba no se percató que la luz comenzó a ocupar todo el espacio hasta que el contexto se convirtió en una estación de tren. De alguna forma Román conocía esta sensación y subió al tren que estaba esperando por él para continuar su recorrido, aunque ignoraba por completo que Perséfone se encontraba adentro. 

Cánticos lejanos, neblina insurrecta
miradas que se encuentran en la posición perfecta
tu cuerpo y mi cuerpo alineados en el eclipse lunar de la espiral que nos conecta
Se abre paso en ella una luz que destella tus recuerdos más sublimes
No soy ajeno a la estación, ninguno de ellos me redime
Quizás no haya tiempo que estime
para alcanzar el nirvana del autor del crimen
Una última vez entre nosotros que en mi corazón se imprime
La distancia no me oprime
Que tus ojos no me subestimen
No dejaré que ningún recuerdo tu presencia me escatime
No dejaré que se aproximen.


VIII

Luego de subir al tren, Román se quedó meditando mientras los recuerdos iban pasando. Hasta que vio salir a Perséfone y dejó que bajara sin más contratiempos, cerró los ojos y lanzó un último suspiro, de pronto el tren llegó a la última estación, era el final de la espiral.  Al final, se asombró por la tranquilidad que había encontrado, quizás no volvería a ver una habitación tan tranquila como la que habitaba en dicho final. Poco a poco la habitación comenzó a inundarse hasta que pudo salir a flote y visualizar su mar infinito, esta vez mucho más infinito que antes y la luna brillaba con más intensidad. 


IX

Noches siempre de ti,
ahora que tu recuerdo vive
insoslayable como el aire
cómo casi todo lo que mi diestra te escribe
o escribía
De la luna a sol
o del amor a la melancolía
Con el tiempo nacerá una nueva poesía
con el tiempo nacerán nuevos momentos
No te precipites
que el futuro no admite resquemores
ni temores del pasado
ni un pasado de amores. 


28/06/2022

Joven Román

Share:

Publicar un comentario

Designed by OddThemes | Distributed by Blogger Themes