Los ojos de Miranda | Un cuento de Oscar Orea

 Del escritor mexicano Oscar Orea, el cuento "Los ojos de Miranda"

Los ojos de Miranda | Un cuento de Oscar Orea
 

Sé que comenzando a leer esto te acordarás de mí. Te escribo en inicio de semana, inicio del mes mitad del año, puros inicios parecen ser, menos este frío y este cielo que lo hacen pensar a uno en un final. Lo que llamamos nuestro hogar está más caos que de costumbre, que la noche así se siente y así se ve. Han ocurrido cosas que no deberían seguir ocurriendo y de tan oscuro todo al otro lado de la ventana, yo no consigo adivinar quién pasó de largo hace unos minutos mientras preparaba estas hojas, es decir, no supe si fue una persona, tal vez no era nadie, tal vez la muerte, lo que resulta ser mi sospecha más fuerte. 

Al hijo de Miranda lo mataron ayer por la tarde, afuerita de lo de Pablo. Entre que la policía le pidió que fuera hacia ellos, por qué, nadie lo sabe aún, y entre que él no hizo caso y apresuró su paso, le soltaron tres que a todos nos hicieron saltar de donde estuvimos y salir para encontrarnos con el pobre ahí tirado y ya sin responder. Te imaginarás a Miranda, a la flaquita del 94 destrozada y agotando todos los gritos posibles en su vida, frente a su hijo muerto y los policías que pedían una ambulancia como si no supieran. Luis y su hermano tomaron fuerza y fueron los primeros en hacer frente a los cuatro uniformados reclamándoles inhumanidad e injusticia, un par más, Pablo y Don Emilio, se les sumaron. 

En la televisión hay valentía y despertar y ya no hay miedo. Yo no supe muy bien cómo, pero me moví con los pasos entrecortados llegando y tomando a la flaquita por detrás y de los hombros para llevarla hasta mi pecho. Apoyada en mí y soltando semejante huracán de los ojos me hizo pensar mucho en mi madre. Seguro leyendo esto te acordarás de ella también. 

Miranda se mantuvo abrazada a mí mientras se juntó la gente. Muy rápido dejamos de ser sólo los de la calle Pinos, de las aledañas llegaban y llegaban hombres y mujeres. Fue necesario el arribo de varias patrullas para tranquilizar el momento y llevar a cabo lo que debe pasar cuando hay un cuerpo muerto en la calle. Los que tenían que llevárselo se lo llevaron. En ese proceso perdí a Miranda. Después, pasados los minutos de estar andando entre voces y gente, la vi a lo lejos cómo fue a caer en los brazos de Silvia. 

Hoy no sé dónde esté, ni cómo. En su casa semivacía está todo apagado y no voy porque toda mi fuerza la guardo para las siguientes horas de esta noche, también porque existe la posibilidad de que sus ojos estén más curados y no quiero olvidar sus ojos de ayer, porque fueron los ojos de Miranda los que a todos nos han sacado el frío que por mucho tiempo hemos tenido entre las manos y ahora sí estamos dispuestos a todo. Hay tanto coraje y dolor y tantos inocentes que la fuerza con la que vamos no es poca cosa. Ya no hay la espera y no sé si deberíamos conservarla, si de algo sirva esperar a que la sangre deje de correr por las calles, confiar en que pronto, nosotros, los de abajo, nos libraremos de tener el encargo de ser quienes dejen su sangre en el suelo. 

Las primeras manifestaciones comenzaron en la madrugada, por la mañana crecieron y en unos momentos más no podrán vernos el fin. A decir verdad, poco entiendo de revoluciones y no sé si esta sea una, pero en las calles hay un cúmulo en aumento del pueblo más decidido que me ha tocado ver. Me gustaría describírtelo, pero lo haría muy mal. Confío plenamente en que allá donde estás pronto nos verás los puños a todos aquí, a los que para ese entonces sigamos de pie. Tú que estás donde nieva mucho y donde no llegan mis cartas, pero lo mismo te escribo, por si lo que vi pasar por la ventana es lo que creo, por si no ha salido de esta calle y su cometido eran dos, por si viene por mí.

Los ojos de Miranda | Un cuento de Oscar Orea

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