Un extraño en Soplona | Un relato de Cristiam Parada

 Del escritor colombiano Cristiam Parada, el relato "Un extraño en Soplona" 


Un extraño en Soplona | Un relato de Cristiam Parada


En mí siempre ha habitado un sentimiento negativo, demasiado grande, la de no pertenencia al mundo, a la vida. Nunca le pertenecí a una familia, siempre quise una, y cuando entendí que debía ser mi propio hogar deje de buscarla en la calle, en las miradas y en atenciones de otros. Eso lo aprendí por allá a los diez años, cuando uno todavía está chino y solo se sabe tragar las cosas y en esas me trague los sentimientos. 

Esa no pertenencia también me ha hecho autónomo e independiente y no puedo negarle importancia en mi vida, porque cuando me vine para acá, Pamplona,  también estaba buscando algo, pero esto lo buscaba en mí, y quería montañas y tierras nuevas para hacerlo. Quería que mi sentimiento de soledad aumentara, que llegara al extremo; y para esto Pamplona me convencía con sus posibilidades, como una vida universitaria a bajo costo. Una vida de pueblo seudocivilizado. Estaba enamorado de la posible educación universitaria, financiada por mi participación en el equipo de ultimate frisbee de la universidad. Antes de estar aquí soñé con llegar a mi casa-cuarto, con la estúpida idea de que cada mañana sería más productivo en esta máquina de escribir. 

Nunca pensé en el frío, nunca pensé en el sustento; ni siquiera pensé que las cintas de la máquina se agotarían tan rápidamente y por consiguiente tendría que recurrir al bic y al talonario que solía cargar en el bolso. En mí solo habían ideas alucinadas, ideas enamoradas de una vida universitaria independiente, pero lo cierto era que la vida era otra cosa, como lo es en cualquier lugar, cada lugar tiene su cosa, y nosotros tenemos un complique diferente en cada ciudad.

Pamplona se apoderaba de mí, de mi espíritu, de mis ganas de vivir. Pude sentir la gravedad del universo aplastarme contra la colchoneta y de esta manera clausurarme para las actividades normales. Solo tenía tiempo de frustrarme, lo demás no existía, yo me caía por un agujero profundo, un agujero negro que habitaba mi pecho. Me enamoro con la vida austera que aquí llevo, mi maleta eran dos bolsos de colegio, repletos de libros y una bolsa de aseo llena de ropa sucia. Yo no tenía fotos de nadie, ni recuerdos viejos que extrañar.

Yo acá estaba solo, y lo amaba. Estaba construyéndome a cada paso, a cada decisión. Pamplona me encantó con el misticismo satánico de sus montañas catatónicas, me embrujó y no opuse resistencia, hasta ahora que me quitó las lagañas del sueño en el que me mantuvo todo este tiempo eclipsado, por asuntos lejos a mi destino, llevándome lejos de mis deseos reales. 

Estaba bajo la influencia de una apatía que me superaba en tamaño, y ya no escribía, ni pensaba. Deje de ver el brillo de los días. Fui consciente de mi despilfarro del tiempo. El clima dejará de atarme a mi cama encantadoramente cómoda, sus mañanas frías dejarán de ser la cuna de mi pereza creativa, de mi malestar social. Pamplona, pueblo maldito que embrujas a tus visitantes y no los dejas progresar. Los encierras es esta cárcel de montañas y lindos días grises. Pueblo artimañoso y seductor que jugó conmigo una vez. En nuestro anterior encuentro tu lujuria y tu particular estilo de vida casi me llevan al suicidio, la catarsis de la personalidad misma. Tanta decadencia hecha una rutina de vida. 

Un estilo de vida hecho en base del desarraigo del planeta. Pamplona nos vuelve la locura misma, aquí la perdición es la gente que da alma a este babilónico pueblo. El mal les cobija en las noches siempre frías. Sus generaciones no tienen futuro. Todos estamos perdidos aquí. El problema de las juventudes que llegan a este pueblo es la lujuria caníbal y el placer de sentir un cuerpo cálido a su lado cada mañana, que nubla nuestras mentes y nos levanta los unos contra los otros por un cuerpo repetido.

Un cuerpo vulgar que cae en la incapacidad de sentirnos a nosotros mismos y de afrontar nuestras soledades. Reconozco que estuve loco bajo esos deseos, tan insustanciales, y bajo esos mismos deseos me convertí en un agente malsano, ilusionista de la palabra, encantador destruido por la vida de excesos. Fue una vida mendiga la que me cubrió durante ese año, un 2016 lleno de una fugacidad destructora. Días que fueron eternos en mi mente, invadido por un horrible sentimiento de frustración. Esto que suponía era el abismo, mi destierro, terminó por ser mi puerta al regreso, al retorno. Todas las semanas tienen su lunes, mis lunes de nuevos comienzos y nuevas ilusiones. Yo, necio hasta la pecueca volvería, más decidido, con un nuevo ideal al que perseguir. 

Yo me perdí aquí, entre las montañas, entre los parches, entre las calles que son las mismas y únicas que se pueden transitar; me perdí entre el humo azul y los tintos de quinientos. A camilo lo maté para encontrar la NADA y yo me quedé con su cuerpo como trofeo de la victoria. Camilo se fundió con la esencia de este pueblo, él es el viento que recorre hasta el último rincón de las montañas. Estoy viéndolo todo; observando como caen cada vez más en la decadencia; mirándolos no asumir sus vidas como suyas, huyendo de sus mentes, del corazón de sus almas. 

Yo le pertenezco a el tiempo, cuento historias, este es mi pasado, presente y futuro; pero mis sentimientos están permeados por el mundo, por lo que es muy probable que a este pueblo vengan muchos y se vayan otros tantos por sentir y vivir lo que yo. Mi aullido habrá de despertar al pueblo del letargo. Recordarán que la salvación no vino del cielo sino del subsuelo.

Un extraño en soplona | Un relato de Cristiam Parada

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