Murciélagas y luciérnagos | Un cuento de Alan Ney





Del escritor mexicano Alan Ney, el cuento Murciélagas y Luciérnagos  

Cuando la gota besa al mar y el horizonte espera a sus hijos, el misterio aparece junto a la vida susurrando el ahora. Los alados aparecen y desaparecen con abstracta lucidez, contando la vida jamás contada. 

Yo las llamo murciélagas y luciérnagos, no por su comunión estética,  sino  por como recorren la noche. Su canto los comunica y los transporta. Se alimentan del sueño de las flores y descansan en su aroma.

Las murciélagas son del color de la luna, su canto es constante y pasajero, como la voz de la noche, como la nostalgia de los días.

Los luciérnagos son sólidos y neblina, combativos y creativos, han conquistado a la noche pero no creen en ella, pues su mayor orgullo es imitar al sol.

En el lago, espejo de las estrellas, se reúnen las murciélagas. Su canto al unísono sube de intensidad cuando la luna se encuentra en lo alto del firmamento, hasta que en catarsis se dispersan, pues sienten que algo les falta y emprenden su búsqueda. 

Los luciérnagos se forman en grupos para construir, tanto en la tierra como en los árboles, en el agua y en el aire. Su construcción es humo y niebla que la noche termina diluyendo como una lágrima en el mar. Entre ellos se ayudan y colaboran para pasar el tiempo, para matar la nada. Hasta que uno de ellos sin saber el porqué, genera una luz vacilante, tenue, creadora y destructora, pues crea en ellos la necesidad de brillar y se separan para hacerlo

En esa búsqueda se encuentran las dos criaturas de la noche. Unos, con una comunión casi inmediata, otros con danzas y vaivenes, otros jugando al no te veo, tú me ves, yo te veo, no me ves; como el niño que juega a cerrar los ojos pensando que no lo ven, pero deseando que si lo hagan. 

En comunión los luciérnagos descubren que su brillo aumenta y tornan de la unión a la posesión,  mientras al sentirse deseadas y necesitadas las murciélagas creen que han encontrado lo buscado. Quizás solo deseaban buscar en los latidos del misterio. 

Al transcurrir de la noche la danza se torna pesada, las murcielagas cada vez cantan menos, los luciérnagos comprenden que ya no pueden brillar más de lo brillado. Resignados, unos comienzan el baile de despedida pues no soportan la fragancia del desencanto. Otros al contrario sienten terror de perder lo encontrado y  se unen tanto hasta volverse un mismo miedo.

Uno de los luciérnagos cayó en cuenta que su deseo constante por brillar debilitaba a su compañera, así que dejó de hacerlo, ella al ver que él ya no brillaba quiso irse, pues sintió que él ya no le necesitaba,  pero no pudo marcharse al sentir que los unía algo más fuerte que la necesidad. Y fue cuando lo vio, se vieron, se reconocieron. 

La murciélaga comenzó a brillar potente como una explosión de supernova y claro como una gota de roció reflejando al sol. 

El siguió el impulso que une a los seres de la noche con la poesía, avanzó en el silencio entre cada latido y justo antes de alcanzarla se detuvo expectante. 

Ella cruzó el abismo y lo besó

El beso se expandió iluminando fugazmente el frío universo, hasta alcanzar su rincón más oscuro donde comenzó a brillar una joven estrella. 

Murciélagas y Luciérnagos | Un cuento de Alan Ney 

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