Víctor Humareda recreado: sobre la novela «El ave soul del Hotel Lima» de Ladislao Plasenski

Escribe: Ricardo González Vigil | Con libertad imaginativa, cada capítulo es una pincelada expresionista que entreteje lo fáctico y cotidiano con lo onírico, lo exagerado hasta límites fantásticos y lo parapsicológico y delirante.

Víctor Humareda recreado: sobre la novela «El ave soul del Hotel Lima» de Ladislao Plasenski

Con el deslumbramiento de sentir que en sus páginas habita el gran pintor Víctor Humareda, como un ser vivo, y no una mera reconstrucción de su personalidad desmesurada y su leyenda engarzadas con oficio, hemos recorrido una y otra vez las páginas de El ave soul del Hotel Lima: La zona rosa de Víctor Humareda (Banco Central de Reserva del Perú, 256 pp.), obra con la que merecidamente Ladislao Plasenski (Trujillo, 1946) ha ganado el Premio Novela Corta Julio Ramón Ribeyro 2021.

Y es que Plasenski no es solo un talentoso escritor, con varias novelas y poemarios (sobresale un fruto mayor: Manantiales del desierto, Copé de Oro de poesía 2003); sino un artista plástico (destaquemos su mural de homenaje a César Vallejo, en la Universidad Nacional de Trujillo) y, en ambas facetas, produce infatigablemente en su condición de “espíritu solitario entregado totalmente” (utilizamos las palabras que la contratapa de la novela premiada dedica a Humareda), a su visión del “arte cósmico”.

Con libertad imaginativa, cada capítulo es una pincelada expresionista que entreteje lo fáctico y cotidiano (el Hotel Lima en la Parada, el bar Palermo, el prostíbulo, la clientela ávida de sus cuadros, etc.) con lo onírico, lo exagerado hasta límites fantásticos (Aldebarán y su colección sobre Marilyn) y lo parapsicológico y delirante.

Desde el primer capítulo Humareda sostiene que ha visitado Arkaad (“un planeta con una civilización avanzada (…), han logrado dominar la materia, de modo que puedan mantener la vida ad infinitum, y rescatar lo mejor de la cultura de otros mundos”, p. 113), conversando allí con Beethoven y su maestro Goya, y admirado a su idolatrada Marilyn, ese “eterno femenino” en versión esteticista: la belleza inspiradora de los artistas. Lo cual veremos desplegarse en la parte final de la novela, cerrando un círculo obsesivo y transfigurador.

Fuente: Caretas 


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